Hay gestos que no se explican, se sienten. Como el de Margarita Luengo, que en cada partido del Atlético deja un ramo de flores en el córner. Rojo y blanco, como el corazón. Siempre en el mismo lugar, primero en el Calderón y ahora en el Metropolitano. Sin falta, sin pausa, sin pedir nada a cambio.
Todo empezó en 1996, después de un 4‑1 al Athletic. Margarita llevó cuatro claveles, uno por cada gol. Acertó, y decidió repetirlo cada domingo. Los jugadores cambian, los entrenadores también, incluso el estadio. Pero el ramo sigue allí. Fiel, silencioso y constante.
Aquel que lo toque sin saber, despierta al estadio. Porque no son solo flores: son historia, promesa y pertenencia. Margarita no levanta la voz, solo deja pétalos. Y en cada uno queda escrito lo que muchos sienten: amor por unos colores, respeto por una historia, y memoria que no se borra.
